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La leyenda del Mundo de Warcraft (WoW) Parte 3: La Perdición de Draenor

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Mensaje  ShadowMiten Sáb Ago 06, 2011 5:12 pm

Capítulo 3: La Perdición de Draenor

Kil´jaeden y el Pacto de las Sombras

Criptoglifos draenei.

Desde la eternidad de las sombras, en el Torbellino del Vacío, Kil´jaeden el Embaucador observa con perversa sonrisa un pequeño mundo que, inocente, flota en el espacio. El astuto demonio está planeando su silenciosa invasión. Una invasión de las conciencias. Kil'jaeden sabe que necesita despertar una nueva fuerza que destruya todo a su paso antes de que la Legión ponga el primer pie sobre el mundo. Igual que cientos de mundos antes, Draenor sería el siguiente objetivo de la Legión. Si las razas mortales se veían obligadas a combatir en una nueva guerra, deberían estar lo suficientemente débiles como para resistir cuando la verdadera invasión iniciara.

Kil´jaeden había descubierto el pacífico mundo de Draenor, en la gran inmensidad de la oscuridad más allá. A diferencia de los violentos métodos de Archimonde y Mannoroth, Kil’jaeden era más sagaz y astuto, y prefería lograr la conquista de los mundos mediante el engaño. Su método era sencillo: descubrir las ambiciones y bajos instintos de sus víctimas, e inflamarlos para su beneficio.

Draenor estaba habitado por varias razas tan distintas como impresionantes. Los draenei, una raza pacífica, habían desarrollado una civilización culturalmente más adelantada que el resto, con el descubrimiento de la agricultura y los rituales mortuorios. La otra raza, los orcos, creían firmemente en los principios elementales de la naturaleza, y su cultura se basaba en las enseñanzas del chamanismo, la cual prodigaba la comunión estrecha con los espíritus de la naturaleza. Los orcos estaban organizados en clanes, dirigidos por un jefe, que no es otro que el más fuerte de todos los guerreros, y un chamán, quien desde su juventud ha sido entrenado y educado por un maestro. Sus costumbres básicamente se basaban en la cacería y tenían un amplio sentido del honor.

De las dos razas, Kil'jaeden escogió a los fuertes guerreros orcos porque sus espíritus simplemente eran más susceptibles al mal y la corrupción, y porque su biotipo favorecía la brutalidad de la guerra. Dicen las historias, no podemos a ciencia cierta saberlo, que el demonio habló al alma de un viejo chamán orco, llamado Ner’zhul, y le prometió la eternidad y amplios poderes más allá de su imaginación. Ambos hicieron un pacto de sangre. Bajo la dirección del astuto chamán, el demonio inflamaría la guerra en el corazón de los clanes orcos. Con el tiempo, la espiritual raza fue transformada en un pueblo sediento de sangre. Se construyeron arenas para gladiadores, y los orcos comenzaron a cazar a los draenei como si fueran animales. Solamente unos pocos draenei, bajo el mando de uno de sus chamanes, Akama, habían logrado sobrevivir dentro de algunas cuevas.

Entonces, Kil'jaeden urgió a Ner'zhul y a su pueblo de tomar el ultimo paso: entregarse enteramente a la muerte y la guerra. Pero el viejo chamán, sintiendo que su gente sería esclavizada para siempre, resistió las órdenes del demonio.

Frustrado por la resistencia de Ner'zhul, Kil'jaeden decidió buscar otro orco que llevara a su pueblo a las manos de la Legión. El persistente demonio finalmente encontró el discípulo ideal en el ambicioso aprendiz de Ner´zhul, Gul’dan. Kil'jaeden prometió a Gul'dan poder ilimitado si le era obediente. El joven orco, sediento de poder, se convirtió en un bravo estudiante de la magia diabólica, y se transformó en el más poderoso brujo conocido en la historia. Guiando a otros jóvenes orcos a olvidar las tradiciones chamanísticas y abrazar las artes mágicas, Gul´dan les mostró una nuevo tipo de magia a sus hermanos, un terrible poder que los llevaría a la perdición: la brujería y la nigromancia.

Kil'jaeden, viendo que su trampa sobre los orcos había funcionado, ayudó a Gul'dan a fundar el Concejo de las Sombras, una secta secreta que manipulaba a los clanes y extendería el uso de la brujería en todo Draenor. Mientras más orcos practicaban las artes mágicas de los brujos, los gentiles campos de Draenor se volvieron negros e infestados. Con el tiempo, las vastas praderas de que fueron hogar de los orcos por generaciones, se convirtieron en barro y aceite. Las energías demoníacas lentamente habían matado al pequeño mundo.


Apogeo de la Horda.


Las historias de batallas y victorias siempre son recordadas, y en el pasado, se han levantado líderes que con cada asalto documentan el pasado. A pesar de ser líderes en guerra, estos jefes han demostrado poca acción con las palabras escritas. “Thok contar interesante historia. Ellos hicieron caer mi, pero mi bien. Mi encontrar muchas cosas buenas para comer. Nosotros encontrar villa. Nosotros matarlos y comer su comida. Thok detenerse ahora. Cabeza duele de escribir”. El hecho es que yo soy mitad orca, con linaje humano, lo que combinado con las habilidades y las enseñanzas que he adquirido durante mis viajes, me ha permitido adquirir este elevado puesto. Como jefe de intérpretes del Concejo de las Sombras, el deber de preservar los acontecimientos de nuestra conquista de este mundo y la eventual cruzada en la nueva tierra, ha caído sobre mis hombros. Yo, Garona, les escribo esta historia…

Nuestras reglas de vida son sencillas: solamente el más fuerte sobrevive. Una decisiva victoria en batalla eleva al comandante y a sus guerreros a un lugar de honor y control. Pero mientras más alta la distinción, más dura la caída. Nuestro destino concerniente a la dominación sobre estas tierras ha sido ampliamente predicho por los místicos de los clanes por cientos de años. Muchas eras han pasado bajo el asalto de nuestras fuerzas, causando dolor y oscuridad a nuestro paso. Escondiéndonos en bosques o entre las rocas que miran al mar, nuestros ejércitos han destruido la patética resistencia que nuestros enemigos pueden ofrecer. Sus tropas mueren con cada asalto y cubren los campos, porque nosotros no tomamos prisioneros. Usando los poderes de nuestros brujos y nigromantes, ni siquiera el más poderoso de nuestros rivales puede permanecer de pie ante nuestro asalto. Uno por uno nuestros enemigos caen, y nosotros somos más fuertes con cada victoria. Con el tiempo, subyugando a todo el que se oponga a nuestro poder, y esclavizando a las razas más débiles para usarlas a nuestro placer, conquistamos a la naturaleza y las criaturas, para alcanzar el pináculo de nuestro apogeo.

Sin embargo, los orcos se volvían cada vez más agresivos bajo nuestro secreto control. Se construyeron masivas arenas donde saciaban sus deseos guerreros en ensayos de combate a muerte. Durante este periodo, unos pocos jefes de clanes hablaron en contra de la creciente depravación de su raza. Uno de estos jefes, Durotan del Clan de los Lobos de Hielo, advirtió que los orcos se destruirían a si mismos en una orgía de odio y furia. Sus palabras cayeron en oídos sordos, y jefes más fuertes como Grom Hellscream del Clan Warsong se elevaron como campeones de una nueva era de guerra y dominio. Pero las décadas de constantes luchas entre los clanes han servido para dividir nuestra raza contra nosotros mismos. Algunas facciones luchan por el dominio de los clanes. Sus insulsos argumentos se han vuelto un conflicto armado, y han tornado a los clanes en una guerra interna por la necesidad de destrucción que consume nuestra sangre. Si no existían tierras que tomar a los enemigos, entonces tomábamos las de nuestros hermanos.

El único clan que ignoró estos juegos de poder fueron los brujos. Recluidos en sus torres, ellos decían que un peligro estaba presente. Aunque a los nigromantes complacían estas batallas fraticidas que poblaban la tierra y el inframundo con ríos de sangre, los brujos temían que ningún orco lograra sobrevivir. Ellos se ocupaban de mantener el delicado balance que mantenía el control de sus poderes y se dedicaban a trabajar en su magia. Para mantener este equilibrio, las hordas orcas necesitarían de nuevas batallas contra un enemigo común. Fue durante este breve periodo en que tuvimos noticia de la existencia de una pequeña hendidura interdimensional. Muchos años han pasado los brujos estudiando estos misterios. Son incontables los numerosos ensayos y pruebas para llegar a la conclusión de que este fenómeno puede funcionar como un portal si logra ser dominado. Los brujos orcos empezaron a experimentar en él, haciéndolo cada vez más estable. Eventualmente, fueron hábiles de crear un pequeño portal, suficientemente grande como para enviar a uno de sus clanes del otro lado.

Las historias con que estos sujetos regresaron nos tenían casi convencidos de que la experiencia que habían dejado atrás los había enloquecido, pero las extrañas y desconocidas plantas que trajeron era evidencia segura de sus palabras. Esto motivó a la secta a convocar a los líderes más poderes de los divididos clanes y proponerles un cese de la guerra por un año. Al final de este tiempo, la secta les prometió el chance de reunirse para atacar un nuevo mundo.

Al cabo de tres meses, se envió un pequeño destacamento de tropas sobre el nuevo mundo. Un círculo azul de energía, de la altura de dos orcos y medio, dibujado delicadamente sobre una colina, fue del agrado de los jefes de los clanes. Siete guerreros entraron en el portal y volvieron con reportes detallados de las tierras y las criaturas que encontraron del otro lado. Conforme los brujos empezaron sus encantamientos para agrandar el portal, un sonido empezó – lentamente al principio - a escucharse como el aullido de un lobo negro durante una noche de una luna sangrienta. Cuando el sonido era casi insoportable, los guerreros se colocaron sobre el círculo, ahora vivo con miles de colores brillando en una danza cósmica…

El saqueo de la villa fue muy simple, es más difícil narrarlo. Un grupo de extraños e indefensos edificios fue el primer signo de que una verdadera oposición no sería encontrada. El cielo es luminoso y el sol de este mundo se eleva sobre las colinas. Es un disco amarillo luminoso dos veces más brillante que el nuestro, y hace los días extremadamente calientes. Ser una pequeña rata debe ser mucho más que pertenecer a la raza que domina este mundo. Pequeños, rosados y con músculos flácidos son estas criaturas. Los guerreros discuten entre ellos que, si estos son los defensores de este mundo, la victoria era solamente cosa de momentos. Saliendo de sus escondites, atacaron la villa y asesinaron todo lo que encontraron a su paso. Los machos ofrecieron alguna resistencia, pero las mujeres y los niños fueron fáciles de matar. Sus casas tenían pocas cosas de valor, pero estaban repletas de grano fresco, y además mostraron ser excelentes para dar de comer a las antorchas. Este nuevo mundo, vasto y extenso, con débiles protectores, probó ser una joya para adherir a la corona de los orcos.

Con el tiempo, hemos aprendido mucho de este nuevo dominio, y de quienes los habitan. Aunque son difíciles de entender en muchas formas, ellos han probado tener algunas similitudes con nosotros. Un golpe fuerte en la cabeza resulta en muerte. Sin comida se extinguen. El dolor les afecta en la misma forma que a nuestros enemigos, y ha demostrado ser efectivo para obtener información. El nombre de este lugar es Azeroth, y sus habitantes son llamados “humanos”. Con el tiempo, más y más guerreros han cruzado el portal hacia Azeroth. Algunos han llamado a tomar el castillo cercano a la villa que destruimos, pero la presencia de unos seres de piel plateada y metálica llamados “caballeros” ha demostrado tener mayor resistencia a nuestros asaltos. Muchos han llamado a cerrar el portal, mientras que otras facciones pugnaban por hacer un ataque contra los humanos con todas nuestras fuerzas.

Los clanes orcos estaban listos, pero se necesitaba una última prueba de lealtad ante nuestros oscuros amos. En secreto, el Concejo de las Sombras invocó a Mannoroth el Destructor, un poderoso demonio que encarna la destrucción y la ira. Nuestro gran líder brujo, Gul´dan, llamó a los jefes de los clanes y los convenció de beber la ira de la sangre de Mannoroth, con lo que se volverían invencibles. Liderados por Grom Hellscream, todos los jefes, excepto Durotan, bebieron y se convirtieron en esclavos de la Legión Ardiente. Con el poder de la ira de Mannoroth, los jefes extendieron su subyugación a sus hermanos. Han pasado 15 años desde que esta costosa decisión alteró el curso de nuestro destino.

Consumidos por la maldición de su nueva sed de sangre, los orcos descargaron su furia contra todos los que se interpusieron en su camino. Sintiendo que su tiempo estaba cerca, Gul´dan unió a los clanes guerreros en una simple e imparable HORDA. Sin embargo, era conocido que varios jefes lucharían por la supremacía. Dentro de este caos, surgió un orco que con astucia se ha atraído algunos seguidores. Con carismáticas manipulaciones y el uso de palabras adecuadas ha hecho su voz más fuerte conforme el tiempo pasa. Después de deshacerse de sus oponentes, pocos pueden ofrecer oposición a sus planes, y la ley del Señor de la Guerra Blackhand el Destructor, líder del clan Blackrock, cayó sobre nuestra gente. Su crueldad y dominio en la batalla es solo superado por sus ansias de poder. Ha estudiado que los principios por los que se rigen las estrategias de los ejércitos humanos pueden ser derrotados. La culminación de sus planes envuelve la unificación de todos los clanes y ejércitos orcos, brujos y nigromantes en la eventual destrucción de la raza humana.

La Horda está lista. Los orcos serán el gran arma de la Legión Ardiente. La Edad del Caos había llegado finalmente.


El Consejo de las Sombras


Como una fuerza elemental del caos y de la destrucción atravesamos como rayos las tierras de los Draenei devastando todo lo que nos encontrábamos al paso. No perdonamos una sola vida. Ningún edificio quedó en pie. Las únicas muestras de su existencia eran los campos empapados en sangre en que habían trabajado durante casi cinco mil años y el olor rancio y acre de las enormes hogueras victoriosas que acabaron con esos cuerpos jóvenes. Los Draenei eran tan débiles, que apenas merecían el esfuerzo de nuestra batida. Pero, en el fondo, incluso victorias tan simples como ésta sirven para poner en su sitio a los inferiores…

Siempre ha sido así entre los de mi clase. Los poderosos pueden manipular fácilmente los instintos salvajes y brutales de las masas. El poder es la verdadera fuerza que dirige la gran máquina destructiva de la Horda. Aquellos que se creen en posesión de esta fuerza rodean a sus clanes con estandartes de violencia. Aunque sin un enemigo común, incluso los líderes de los clanes orcos se vuelven ciegamente unos contra otros. El hambre de destrucción prevalece entre los locos que dirigen la Horda; el poder y sólo el poder es lo único que se respeta sobre todas las cosas.

Yo soy Gul’dan, el más grande de todos los brujos e iniciado en el séptimo círculo del Concejo Interior de las Sombras. Nadie conoce como yo la oscura fascinación del poder definitivo.

En lo que se supone mi juventud, estudié las magias orcas con el chamán tribal de mi clan. Mi talento natural para encauzar las energías negativas y frías de la infla-dimensión oscura me situó de forma notable por delante del otros aprendices y sé que incluso Ner’zhul, el más grande de mis maestros, sintió celos de mí cuando mis habilidades crecieron.

Mis aspiraciones fueron creciendo por encima de las de mis semejantes y maestros, ya que sabía que su visión estaba limitada por su devoción al avance de la Horda. A mi no me importaba en absoluto ni la Horda ni sus insignificantes dirigentes. No me importaba lo más mínimo este mundo que dominábamos por completo. Tan sólo tenía en mente la oportunidad de comprender los misterios laberínticos de la Gran oscuridad. Había comenzado a explorar en secreto las energías mucho más allá de lo que cualquiera de mis “tutores” podría comprender jamás. Fue entonces cuando descubrí la existencia de un inmenso poder: el demonio Kil’jaeden Me admiraba su furia sin corazón. Presenciar esta energía tan asombrosa era como ser engullido por un todo. En las fugaces y febriles pesadillas que me provocó, toqué la esencia de lo que había en el Más Allá. Se formó dentro de mí un ansia insondable, el deseo de manejar la furia de las etéreas tormentas y salir ileso del corazón yaciente de los soles.

Bajo la tutela de Kil’jaeden, me di cuenta de lo limitado que había sido mi entendimiento. Se me revelaron historias inimaginables de antiguas razas de demonios y dimensiones mágicas esenciales. Comprendí que existían mundos infinitos, dispersos en la oscuridad más allá del cielo, mundos hacia los que dirigiría la Horda como sólo alguien de mi talento podía hacerlo. Aunque permanecí con mi gente en el mundo oscuro y rojo de los Draenei, pronto aprendí a proyectarme hacia las profundidades de la infla-dimensión oscura, volviéndome casi loco por el caos susurrante que contiene. Aunque podía significar mi muerte, me sentía irresistiblemente atraído a continuar con mi estado hasta que finalmente desligado de mi existencia corpórea, comprendí los susurros. Fue entonces cuando hablé por primera vez con los muertos…

La devoción a los ancestros ha sido durante mucho tiempo el corazón de la religión orca. Casi toda la Horda creía que nuestros ancestros muertos nos observaban y guiaban desde las profundidades de algún reino perdido del caos. Yo pensaba que esta noción era sólo un producto del ritual y no de la realidad. En el interior de la infla-dimensión oscura descubrí que los espíritus de los muertos permanecían flotando en vientos astrales entre dos mundos. Entendí que vigilaban en silencio y por siempre a los clanes con la esperanza de encontrar algún medio de escape de ese tormento sin vida. Supe entonces que esos espíritus de la muerte podrían ser una herramienta muy útil para aquél que los sometiese a su voluntad.

Los años pasaron. Mi aprendizaje bajo Kil’jaeden me permitió convertirme en un de los brujos más poderosos de los últimos tiempos y era respetado como líder en la Horda, pero como siempre, empezaron a surgir tensiones entre los clanes. La destrucción de los Draenei no dejó nada con que alimentar a la gran bestia de la guerra. Después de siglos de violencia y guerras, habíamos conquistado finalmente todo nuestro mundo. Sin ningún enemigo más que aplastar y sin tierras que conquistar, los clanes cayeron en un estado de total anarquía. Disputas sin importancia entre los clanes terminaron en batallas en campo abierto y a derramamientos de sangre masivos. Aquellos líderes que intentaban asumir la posición de señores eran asesinados por las legiones hambrientas de la despiadada Horda. Supe que era el momento de reclamar el manto de poder que durante tanto tiempo se me había negado.

Pronto reuní a los pocos brujos que habían mostrado una chispa de pasión y habían intentado acabar con las insignificantes peleas entre clanes. Les enseñé el significado de la muerte, guiándolos en rituales secretos y enseñándolos a comunicarse con los espíritus de la infla-dimensión oscura. Aquellos que fueron incapaces de canalizar la energía fueron destruidos. Tiempo después se forjó un pacto entre los miembros de nuestro círculo y aquellos espíritus oscuros cuya energía habíamos aprendido a invocar. Utilizaría mi posición entre los brujos para moldear los pensamientos de otros mientras que, cubiertos por un velo de secreto, ellos serían inmunes a los caprichos de las masas sedientas de sangre. Y fue así como se creo el Consejo de la sombra.

Pocos meses después, el Consejo de la sombra tenía en sus manos todos los asuntos políticos de importancia dentro de la Horda. No ocurría nada en la Horda de lo que no estuviésemos al tanto y muchos acontecimientos tuvieron lugar por designio nuestro, realizados con tal astucia que ni los líderes de los clanes se daban cuenta de nuestras manipulaciones. Antes de medio año, habíamos asumido casi todo el control de los asuntos internos de la Horda. Pero más allá de nuestras secretas maquinaciones surgía amenazante la silenciosa y ominosa sombra del demonio Kil’jaeden.

Con la intención de ampliar nuestros recursos mágicos abrí una escuela de disciplinas mágicas que se conoció como Nigromancia. Comenzamos a entrenar a jóvenes brujos en los misterios arcanos de la vida y la muerte. De nuevo y con el tiempo, bajo la mirada del demonio Kil’jaeden, estos nuevos necrólitas adquirieron, tras indagar en las artes oscuras, el poder para animar y controlar los cuerpos de muertos recientes. Cada victoria, cada éxito, me conducía a un vacío que no podía llenar. Empecé a darme cuenta que el Consejo de la sombra sólo servía para mis propósitos hasta cierto punto y que si quería convertirme en el verdadero heraldo de nuestro destino necesitaría un poder aún mayor.

Los maestros de las fuerzas: Medivh y Blackhand


Las cosas iban bien dentro de la Horda. Aunque el Consejo de la sombra pacificaba los clanes guerreros con la promesa de escapar del mundo de los muertos, sabía que este nuevo orden, como había ocurrido con la guerra contra los Draenei, sólo supondría un breve respiro si no encontrábamos nuevas tierras que conquistar. Mis pensamientos al respecto fueron interrumpidos una noche a altas horas cuando fui sorprendido por unos gritos que venían de la Torre de los brujos. Cuando llegué encontré a muchos aprendices sumidos en un profundo trance, sus rostros estaban desfigurados por máscaras de dolor. Los brujos, a quienes interrogué, sólo pudieron decirme que habían sentido una presencia inexplicable en sus sueños. Regresé a mi fortaleza intrigado profundamente; fuera lo que fuese, lo que había contactado con los brujos no había intentado alcanzarme.

Busqué el consejo de Kil’jaeden sobre esta presencia. También él había sido alcanzado por esta energía, una energía que estaba más allá de cualquier experiencia que hubiese experimentado antes. Ya fuese porque la imagen de la fuerza era tan asombrosa que incluso podía asustar a este peligroso demonio o sólo por mi propia aprensión, me adentré sin ningún objetivo en la infla-dimensión oscura durante lo que me pareció una eternidad.

Fue durante este vuelo febril cuando la presencia entró finalmente en contacto conmigo. Irradiaba una energía impensable, pero carecía del frío control que ostentaba Kil’jaeden. Mis sentidos parecían haber dominado el temor que me había rodeado y empecé a razonar y a hacer cálculos. Sabía que si podía adivinar los deseos de esta fuerza, a pesar de su poder, podría utilizarla para mis propios fines. La presencia se presentó como Medivh, un hechicero de un mundo lejano y distante. No nos comunicamos mediante palabras sino mentalmente. Su mente parecía no estar atada a nada, pero sus pensamientos se movían tan rápidamente que era muy difícil aprender nada de él. Sabía que mientras tanto me estaba probando y cada vez conocía mejor a los orcos y nuestra magia. Nunca podría aprender de él lo que él de mí, así que rompí pronto el contacto.

Busqué el consejo de Kil’jaeden, pero rehusó a contestar a mis preguntas. De alguna forma comprendí que había abandonado a sus discípulos porque estaba asustado del tal Medivh. Empecé a dudar de nuevo de mis habilidades. ¿Podía yo contener a un ser que podía intimidar a mi propio maestro? Seguí aventurándome en el interior de la infla-dimensión oscura durante varias semanas para olvidarme de todos los acontecimientos que me habían hecho dudar de mí. Entonces, una noche, Medivh se me apareció en sueños…

“Me temes porque no puedes comprenderme. Conoce mi mundo y entenderás tu miedo. Entonces no me temerás más”

No tenía poder para resistir lo que vino después:

…enormes páramos…
…pantanos oscuros, hirvientes de vida…
…campos interminables de hierba esmeralda…
…bosques de árboles gigantescos…
…tierras agrícolas con ricas cosechas…
…pueblos de gente orgullosa y fuerte…

Las imágenes pasaban una tras otra, demasiado rápidas para poder comprenderlas. Y entonces… algo. Una imagen rápida despertó un ansia dentro de mi alma…

…enterrado en las profundidades del océano, en la oscuridad y hecho pedazos, pero respirando aún…
…todavía con sangre de la misma tierra corriendo por sus venas…
…una antigua energía…
…milenaria y terrible…

Me desperté. Y mi conciencia supo que todo el sueño había sido real. Medivh me había mostrado las maravillas de su mundo, sabiendo que la Horda no se quedaría tranquila hasta que ese mundo fuese nuestro…

Me reuní con los miembros del Consejo de la sombra para hablar de las visiones que había tenido. Aunque se debatió mucho sobre las verdaderas intenciones de Medivh, informé al Consejo que pronto dispondríamos de una forma de escapar de nuestro mundo. Buscaría la ayuda de Medivh para encontrar una forma de llegar a su mundo y entonces subyugaríamos su raza tal y como habíamos hecho con todas las demás que se habían interpuesto en nuestro camino. Aunque se había aparecido a muchos brujos con esas imágenes de un mundo nuevo y fértil acordamos mantener este enigmático mensaje en secreto. Aquellos brujos que no estaban en el Consejo y que habían tenido las visiones fueron asesinados, ya que si el secreto se hacía público antes de que estuviesen listos los preparativos, la Horda se dividiría. Pasaron semanas sin saber de Medivh. Mis intentos de contactar con él no dieron resultado. Era como si hubiese eliminado todo rastro de sí mismo en la infla-dimensión oscura. Algunos
miembros del Consejo abandonaron toda esperanza en el regreso del hechicero.

…Entonces apareció la grieta…

Pasó mucho tiempo antes de que la grieta fuese lo suficientemente grande como para enviar un gran número de orcos. Los primeros exploradores regresaron casi locos por completo por lo que habían visto. Estos primeros fracasos no nos detuvieron, y tras posteriores expediciones quedó confirmado que el mundo que se abría tras la grieta era similar al retratado en nuestras visiones. Combinando los poderes de los brujos de los clanes con los del Consejo de la sombra conseguimos ampliar la misteriosa grieta hasta crear un portal. Enviamos a numerosos orcos a esa tierra desconocida a través del portal y se construyó rápidamente un puesto fronterizo al otro lado. Se encomendó a los exploradores orcos que inspeccionaran los alrededores.

Los agentes del Consejo de la sombra informaron que los habitantes de ese mundo se llamaban humanos y que sus tierras se conocían por Azeroth. Descubrimos que esos humanos eran una raza débil que cultivaban las tierras y vivían pacíficamente. Temí que no fueran un desafío mayor que los Draenei, y que no aplacaran el hambre de la máquina de guerra orca por mucho tiempo. Los líderes de los clanes, fueron dominados rápidamente por su ansia de sangre y guerra y estuvieron de acuerdo en que había llegado la hora de dejar este mundo agonizante y reclamar los dominios de Azeroth.

Mientras el Consejo de la sombra vigilaba de cerca los trabajos de la Horda, las masas veían a los líderes de sus clanes como grandes comandantes. Entre ellos sobresalían dos, respetados y temidos todos los clanes, Cho’gall, ogro del clan Twilight Hammer y miembro del Concejo de las Sombras, y Kilrogg Ojo Tuerto, del clan del Bleeding Hollow. Se esperaba que estos poderosos líderes dirigieran a la Horda a una rápida y salvaje victoria sobre los humanos. Así, mientras la Horda se trasladaba a Azeroth a través de la grieta, Cho’gall y Kilrogg comenzaron a planear su estrategia contra la fortaleza humana de Stormwind.

El ataque a Stormwind fue catastrófico. Nuestro ejército, que no esperaba encontrarse mucha resistencia, atacó precipitadamente la fortaleza enemiga. Sorprendentemente, los soldados humanos mantuvieron a raya a nuestras fuerzas. Entonces sus indisciplinados guerreros montaron vigorosas bestias arrasando a nuestras tropas y forzándolas a retroceder hasta las ciénagas que había junto al puesto fronterizo, donde estaba el portal; sólo invocando un manto de niebla de la sombra fueron capaces de escapar. Esta decisiva y humillante derrota sembró el caos en la Horda. Cho’gall y Kilrogg se culpaban el uno al otro y los orcos se dividieron rápidamente en dos bandos, cada uno apoyando a un líder. El Consejo de la sombra buscó desesperadamente un remedio a la violencia que iba a desatarse, pero la inestable naturaleza de los orcos hizo difícil apelar a la razón o a la sabiduría. Me di cuenta de que la Horda necesitaba un líder fuerte que pudiera unificar los clanes bajo su control y mantenerlos a raya. Fue entonces cuando oí hablar por primera vez de Blackhand el Destructor…

Blackhand, líder del joven clan de los Blackrock y guerrero del ejército de Sythegore, era respetado por la mayoría de los orcos de la Horda y más importante aún, era extremadamente codicioso, por lo que se le podía sobornar fácilmente. Con la ayuda del Consejo de la sombra puse al ávido Blackhand en el trono como Señor de la Guerra, y hay que reconocer que fue un dictador despiadado que supo ganarse el respeto y el temor de sus guerreros. Mientras la Horda se recobraba bajo su mando y los demás líderes consentían ser controlados por él, era yo el que dirigía todo sobornando y chantajeando a Blackhand.

Con la ascensión de Blackhand a Señor de la Guerra, el orden se restauró en la Horda y el semblante de Medivh me visitó de nuevo. Parecía controlar mejor sus poderes, pero no su mente. Medivh me ofreció toda clase de tesoros y baratijas para que la Horda destruyera el reino de Azeroth y le convirtiese en jefe de los habitantes que sobreviviesen. Le aseguré que su mundo sería nuestro en cuanto quisiésemos y que no tenía nada que pudiese inducir a la Horda a seguir sus indicaciones. Con una mueca de desprecio en su rostro me mostró la imagen de una antigua tumba en la que estaba grabado el nombre del Señor de los infiernos, Sargeras. ¡La tumba de Sargeras! ¡El Señor de los infiernos que había instruido a mi propio mentor, Kil’jaeden, estaba encerrado es ese minúsculo y patético mundo! El destino me había elegido a mí y había puesto una mano sobre mi hombro. Kil’jaeden me había dicho que esa tumba perdida contenía el poder absoluto, el suficiente para que el que pudiese controlarlo se convirtiese en un semidiós. Medivh me prometió que me daría la localización de la tumba si la Horda destruía a sus enemigos… Y empezó la guerra contra el reino de Azeroth.

La primera guerra de la ascensión de los orcos


Nos quedamos con las tierras de Azeroth y arrasamos a todos los humanos con los que nos encontramos. Mi asesina privada, la medio orca Garona, ejecutó al rey Llane, líder de Azeroth, y me trajo su corazón. Aunque la horda dominaba Azeroth y a los patéticos gusanos que lo defendían, mis planes se encontraron con grandes impedimentos.

Un pequeño grupo de guerreros humanos había irrumpido en la torre de Medivh y entablado combate abierto con el loco hechicero. Mientras su cuerpo estaba siendo atravesado y despedazado por las espadas de Azeroth, Medivh empezó a transmitir ondas traumáticas por el plano astral que hicieron añicos con facilidad mis formidables defensas. Intenté llegar a la mente del hechicero y robarle la localización de la tumba, pero no pude hacerme con ella. Medivh fue asesinado por los habitantes de Azeroth en ese momento y, al estar dentro de su mente en el instante de su muerte temporal, sufrí una sacudida psíquica y entré en estado catatónico.

Dormí durante semanas como si estuviese muerto, celosamente protegido por mis brujos fieles. Cuando finalmente me levanté, me informaron de los cambios que habían tenido lugar en las altas esferas de la Horda. Blackhand había sido asesinado. Sin mis magias y mi consejo para ayudarle, Blackhand cayó preso de un ataque sorpresa organizado por uno de sus generales más poderosos y de su mayor confianza, Orgrim Doomhammer. Orgrim consolidó rápidamente su poder dentro de la Horda, justificando el asesinato de Blackhand con falsos testimonios que le ayudaron a afirmar la incompetencia del Destructor como Señor de la Guerra.

Parecía que los designios del destino me habían asestado un duro golpe. Orgrim se propuso destapar las maquinaciones internas de la Horda, sin dejar piedra sin remover. Con el tiempo, sus espías capturaron a mi sirviente Garona y tras una intensa tortura, reveló agónica la existencia y localización del Consejo de la sombra. Resultó ser más débil de lo que esperaba.

Al sospechar que el Consejo de la sombra era una amenaza para el control de la Horda, Doomhammer dirigió a sus jinetes de lobos en un ataque sorpresa contra mi fortín cerca de las ruinas de la fortaleza de Stormwind. El asalto de Orgrim nos cogió desprevenidos, por lo que mantuvimos alejada a la Horda sólo hasta que duró la magia. Como no teníamos tiempo de reponer o completar las energías, caímos ante la furia de Orgrim, que se alzó victorioso. Los supervivientes fueron tachados de traidores a la Horda y las ejecuciones públicas debilitaron mucho mi posición, fortaleciendo la suya…

Me llevaron ante Orgrim y me interrogaron largamente sobre mi participación en el Consejo de la sombra. Como estaba muy debilitado por la sacudida de la muerte de Medivh y por las energías que había gastado durante la batalla, me di cuenta de que no podía ni amenazar ni dañar al Señor de la Guerra. Orgrim me dejó claro que la Horda estaba bajo su control y que él no era tan fácil de dominar como su antecesor. El brillo en sus ojos y el acero de su cinto me revelaron sus intenciones, pero no podía derrotarme tan fácilmente. Mientras levantaba su mano le recordé que con la muerte de los brujos yo era el último hechicero verdadero dentro de la Horda. Orgrim, imprudente tras la victoria, pensó que tal vez podía serle útil y accedió a dejarme con vida, debido a su magnánima gracia. Me prometí en silencio que un día se llevaría esas palabras a la tumba.

Aunque sus sospechas hacia mí nunca desaparecieron del todo, logré convencerle de que los guerreros estaban intentando unirse a los hijos de Blackhand con la idea de revelarse contra él. Aunque esto era falso, Orgrim ya sospechaba de Rend y Maim, así que desmanteló a los jinetes de lobos, enviándolos a diversas secciones de las fuerzas orcas. Para demostrarle mi “lealtad” hacia Orgrim y la Horda, le prometí crear una hueste de jinetes inmortales que le fueran completamente leales. Aunque Doomhammer no confiaba del todo en mí, la idea lo atrajo lo suficiente y me permitió recluirme para crear la nueva legión.

Incluso con la ayuda de mis nigromantes, fracasé repetidamente en el intento de conseguir esa fuerza inmortal. Fallos y debilidades fueron todo lo que esos subordinados podían ofrecerme hasta que sentí que, aunque sus espíritus eran poderosos, su carne era débil. Los convoqué en una gran construcción de madera de hierro y raíces negras donde mediante magia negra me apoderé de las vidas de cada uno de ellos. En el sangriento despertar de sus ejecuciones, los nigromantes fueron mi creación
perfecta de sirvientes inmortales.

Utilizando los pocos recursos que aún controlaba dentro de la Horda conseguí muchos de los cuerpos de los caballeros de Azeroth que llevaban ya tiempo muertos. En estas formas retorcidas y decadentes instalé la esencia de los miembros más poderosos del Consejo de la sombra, que estaban deseando regresar al plano mortal para causar estragos y desatar el terror una vez más. Proporcioné a cada uno de los jinetes oscuros una vara enjoyada para que pudieran concentrar mejor los poderes infraterrenales que esgrimirían. En el interior de esas joyas anidaban la magia esencial y la nigromancia de los nigromantes recientemente asesinados. Así nacieron los Caballeros de la muerte.

Orgrim Doomhammer estaba complacido con esos Caballeros de la muerte, ya que aunque los espíritus del Consejo de la sombra me eran leales fingieron aliarse con el Señor de la Guerra. Orgrim estaba muy satisfecho con el resultado y me permitió continuar con mis propios asuntos.


Seré paciente y esperaré el momento oportuno, pretenderé ser un siervo fiel hasta que llegue la hora de enseñarle a ese presuntuoso y alborotador advenedizo quién es el más grande de los dos. Mi intención de descubrir la Tumba de Sargeras sigue en pie. Me he reunido con el clan de los Stormreaver para que me apoyen cuando llegue la hora de que Orgrim pague por sus insolentes crímenes contra mí…

Ese día está cerca y Doomhammer no sabe qué clase de terrores le aguardan,

…pues yo soy Gul’dan…

Soy la Oscuridad encarnada...

No seré repudiado.

Continúo con la parte 4



Si os gusta denme repuuuuuu XD
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Mensaje  The Spy Dom Ago 07, 2011 11:28 am

Moooolaaaaaaa Smile

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Mensaje  ShadowMiten Dom Ago 07, 2011 1:06 pm

Gracias, la verdad es que me costó encontrar la información necesaria XD
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